París. Corresponsal Marine Richard, experiodista en una
emisora de Marsella, poeta y dramaturga galardonada, de
39 años, vive desde hace cinco en un valle perdido de la
región del Ariege, en los Pirineos centrales. Una choza
de pastor precariamente habilitada, sin ruta de acceso y
en la que en invierno puede quedar aislada por hasta dos
metros de nieve, es el refugio que tuvo que agenciarse
como remedio a su afección: el síndrome de
hipersensibilidad a las ondas electromagnéticas, una
enfermedad no reconocida oficialmente como tal por la
Organización Mundial de la Salud y de la que en Francia
se reclaman afectadas 70.000 personas. Fobia a las ondas
de la telefonía móvil, el wifi y las antenas
parabólicas.
“En cuanto salgo de este lugar tengo problemas del ritmo
cardíaco, fuertes neuralgias, problemas de concentración
y memoria”, explica esta mujer que dejó profesión,
amigos y colegas para internarse en su apartada nueva
residencia, sostenida por su familia.”Quemé todos mis
ahorros en tratamientos”, explica la mujer en una
entrevista ra- diofónica, después de que la sentencia de
un tribunal de Toulouse reconociera por primera vez en
Francia los “signos clínicos irrefutables” de una rara
patología no reconocida.
La sentencia dictada en julio, pero conocida ayer,
concede a Ri- chard una discapacidad y le atribuye un
subsidio de 800 euros mensuales por tres años revisable
con cargo a la Seguridad Social.
La mujer había pedido tal subsidio por tres motivos,
citados en la sentencia: comprar leña para calentarse,
remunerar a los vecinos que le suministran alimentos y
demás necesidades básicas periódicamente, así como para
aumentar la seguridad y habitabilidad de su cubículo
ante los embates del invierno.
La sentencia establece que la sintomatología de Merine
Richard “desaparece en cuanto las causas son eliminadas”
y explica que tal eliminación “impone un modo de vida y
unos sacrificios tan extremos que no permiten la menor
sospecha de simulación”.
Sin estar del todo reconocida, la hipersensibilidad a
las ondas electromagnéticas es admitida como realidad
social en Suecia, donde el colectivo de afectados se
estima en 280.000 personas.
La sentencia del Tribunal de Toulouse es importante
precisamente porque esa dolencia no está reconocida en
Francia, explica Etienne Cendrier, portavoz de la
asociación Robin de los Tejados ( Robin des Toits, el
nombre juega fonéticamente en francés con el de Robin de
los bosques), que lucha contra los efectos en la salud
por la exposición a las nuevas tecnologías de
telecomunicación sin hilos.“Es un gran paso adelante.
Como suele ocurrir, la justicia va por delante de las
políticas”, dice.
La aversión a las señales electromagnéticas no está
reconocida como enfermedad por la OMS La sentencia es
una primicia en Francia, reconoce perjuicio y creará
jurisprudencia