Alfonso Balmori. Licenciado en Biología por la Universidad de Salamanca y Máster en Educación Ambiental por la UNED Profesor de Enseñanza Secundaria (en excedencia) y miembro del Cuerpo Facultativo Superior de Biólogos de la Junta de Castilla y León. Investigador de los efectos de las radiaciones de telefonía sobre los seres vivos, tiene numerosas publicaciones en revistas científicas especializadas.

Hasta la fecha existen solamente 10 estudios epidemiológicos publicados sobre los efectos de las estaciones base (antenas) de telefonía móvil en la salud de las personas (ver bibliografía) Estos trabajos se encuentran disponibles en la base de datos de la OMS(http://www.who.html) o en PUBMED. Ocho de los diez estudios publicados en revistas científicas con comités de revisión, indican efectos sobre la salud: síndrome de micro-ondas, incremento de riesgo de cáncer, ausencia de factores psico-lógicos, etc. Solamente dos de los diez estudios publicados indican resultados negativos: factores psicológicos o no incremento de riesgo de glioma. La proporción de 8 de 10 habla por si sola e indica la urgencia de informar a la población y de aplicar las medidas oportunas para reducir la radiación sobre las personas, tanto de las antenas de telefonía como de los teléfonos móviles.

Antenas de telefonía y cáncer
Dos de los estudios científicos mencionados relacionan las antenas de telefonía con un incremento de casos de cáncer en su zona de influencia. Ambos se publicaron durante el año 2004. El primero de ellos es un estudio israelí (Wolf y Wolf, 2004) que indica un incremento de la incidencia de cáncer en un área con un radio de 350 metros de una antena de telefonía. Una comparativa del riesgo relativo de las personas que vivieron en el interior del área mencionada durante más de 3 años revela que hubo 4,15 veces más casos de cáncer en su interior que para la población completa. El segundo de ellos es una investigación realizada en Alemania (Eger el al., 20041 que encuentra que el riesgo de contraer un cáncer se multiplica por 3,29 en el área interior de un radio de 400 metros de una antena de telefonía. Además, la edad de los pacientes con tumores fue 8,5 años menor para el conjunto de tumores y 20 años menor para las personas diagnosticadas con cáncer de pecho en dicha área, que en el resto del territorio.

Bibliografía

1. Santini R. et al, Pathol Riol (Paris). 2003 Sep51(7):412-5. Sytnptonts experienced by people in ricin.ity of base stations: 11/ Incidences of age, duration of exposure, locationn of subjects in relation to the antennas and other electromagnetic factors [Pubnted]
2. Navarro EA et al, Electromagnetic Biology and Medicine, 2003;22(2). The Mierouxtve Syndrome: A Preliruinary Studi, in Spain.
3. Wolf D. et D, International Journal of Cancer Prerention 2004 Apr.1(2) Cancer near a cell phone transntitter station
4. Eger H. et al, Umweltlledisin Gesellschaft. 2004\or;17 (4): 326-335 Einfluss der rüumfichen von llobilfunksendeanlag en auf die Krebsinzidenz Infinence of the neighbourhood of a cellular transmitter an tenna on the incidence of caneen)
5. Siegrist M. et al, Risl: Anal. 2005 Oct.)'5(5):1253-64, Perception. of ,nobile phone and base station. risks. [Pubnted].

PUBMED:
1. Bortkiewicz A et al. Med Pr. 2004;55(4):345-51. (Subjectiue svna toros reported by people living in the vicinity of celular phone base stations: revieua] (Pubmed)
2. Hutter HP et al., So; Prarentirmed. 2004;49(1):62¬6. Public perception of risk concerniug celltowers and ntobile phones. (Pubmed]
3. Hutter, Kundi et al. Oeeup EnvironMed. 2006 May;63(5):307-13. Subjectire svniptonas, sleeping problems, and cognitire perforrnance in subjeets living near mobile phone base stations. (Pubmed)
4. Abdel-Rassottl et al, Electromagn Biol Med. 2006;25(3):177-88. ieurobehavioral effects anaong inhabitants around mobile phone base stations. (Pubmed)
5. Schuz J et al. Radial Res. 2006 Jul;166(1 Pt 1):1169. Radiofrequency electronaagnetic faelds enitted frona base stations of DECT cordless phones and the risk of gliomao and men.ingioma (In.terphone Study Group, Gennany). [Pubmed]

 

 

 

 

 

Alberto Hidalgo Tuñón. Profesor de «Sociología del Conocimiento y de la Ciencia» en la Universidad de Oviedo. Humanista Laureado por la AIH (Amherst, New York), es autor de manuales como Symploké (1987), Ciencia, Tecnología y Sociedad (2001) y numerosos artículos.

Desde un punto de vista estrictamente científico no hay ninguna prueba de que las ondas electro-magnéticas que se manejan en las redes de telefonía móvil sean dañinas o perjudiciales para la salud. Pero, como estamos hablando de cosas que no se ven, el misterio es inevitable y las creencias de la gente sólo se someten a un teorema, psicológica y sociológicamente bien establecido. Me refiero al teorema de Thomas, según el cual «if men define situations as real. they are real in theirconsequences». La fórmula de las profecías autocumplidas, aunque en 1923 se refería exclusivamente a la definición de situaciones familiares y de intimidad, se aplica hoy sistemáticamente en política y sirve para explicar el empecinamiento de los grupos humanos en sus propios errores. La desinformación del público, que no diferencia la radiación ionizante de los rayos ultravioleta, X o gamma, de la no ionizante, que incluye a los rayos infrarrojos, los microondas y las radiofrecuencias está sin duda en la base de la alarma social que parece ir creciendo. Digo parece, porque el uso de electrodomésticos, teléfonos móviles y ordenadores crece exponencialmente, lo que no casa bien con el discurso alarmista. Pero es, sobre todo, la desconcertante disparidad de criterios con la que las autoridades políticas legislan sobre el tema, lo que más contribuye a la actual situación de incertidumbre.

Puesto que ellos tienen la competencia para definir la situación, su indefinición hace crecer las sospechas entre la población desinformada, tanto por la agresividad de las compañías que compiten por un mercado en alza, como por el sensacionalismo de los medios de comunicación que no dudan en difundir afirmaciones seudo científicas y hechos no probados, al socaire de la caracterización de nuestras sociedades como sociedades de riesgo. El sociólogo Ulrick Beck, que puso en circulación esta expresión, está preocupado por el uso terrorista que se hace de la misma.

Notas

1. William I.Thomas (1923). The child in America Behavior problems and programs , knopf. New York: pp. 571-572. Cuando, como en el caso, tratamos de imágenes, representaciones y Weltanschauungen, el teorema de Thomas resulta imprescindible.

 

 

 

Patricia Crespo del Arco. Doctora en Ciencias Físicas, especializada en Física de Materiales por la UCM. Tras el doctorado, fue investigadora contratada, durante 15 meses, en el "Institut für Metallische Werkstoffe O.M. W) im Institut für Festkürper und Werkstofforschung (I.F.WI ; Dresden, Alemania. Desde 1996, es profesora titular de la Facultad de Ciencias Físicas, en el departamento de Física de Materiales, de la Universidad Complutense de Madrid. Además, es miembro del equipo investigador del Instituto de Magnetismo Aplicado en la misma universidad.

Ante la pregunta que se nos plantea sobre radiación electro-magnética, mi primera respuesta es plantear otra pregunta: ¿De qué frecuencia e intensidad estamos hablando? El término "radiación electromagnética" es muy amplio. Al hablar de este tipo de ondas, deberíamos indicar también la frecuencia (energía que transporta la onda) así como su intensidad, que estaría relacionada, por ejemplo,  con la energía que incide en un cuerpo por unidad de tiempo. Ambos factores son muy importantes a la hora de evaluar los posibles efectos de esta radiación sobre nuestra salud.
Es importante tener en cuenta que, si nos limitamos a hablar de las emisiones asociadas a los sistemas de comunicación, estamos analizando lo que se conoce como radiación no ionizante, es decir, campos electromagnéticos que no transportan la suficiente energía como para romper los enlaces químicos de los constituyentes de la materia viva. Una vez que hemos delimitado el rango de frecuencias, es necesario sacar a colación la intensidad. Y aquí es donde surge la controversia sobre los límites de exposición establecidos hasta el momento. Por ello, y ahora hablando como científico, creo que la pregunta debería ser reformulada. Tal y como está planteada, dudo que exista un solo experto que sea capaz de dar una respuesta contundente en un sentido o en otro. Como investigadora, creo que la cuestión adecuada podría estar más en la línea de: "De acuerdo con lo que sabemos hasta el momento, ¿existe alguna evidencia científica que indique que las emisiones afectan a la salud? La respuesta que, modestamente, me permito dar es la siguiente: Considero que los estudios especializados relevantes que hay hasta el momento, no han permitido establecer una relación directa causa efecto, entre la exposición a la radiación electromagnética de radiofrecuencia y la aparición de determinadas enfermedades. Por último, creo que esto nos lleva a otro punto que considero de suma importancia a la hora de entrar a valorar la situación: ¿Qué opiniones son relevantes?, ¿Qué científicos y que informes científicos deben ser tenidos en cuenta? Es importante que empecemos a evaluar de forma distinta el dictamen emitido por un comité de expertos independientes, y de reconocido prestigio internacional, como son los miembros del ICNIRP y la OMS, que emiten informes después de revisar toda la bibliografía existente hasta el momento, y la opinión de un grupo de científicos o seudo científicos, que se limitan a considerar aspectos muy parciales de determinados trabajos de investigación, y cuyo reconocimiento internacional es muy inferior o incluso nulo. Estoy convencida de que si la evidencia mostrara, mediante estudios serios y contrastados, la existencia de una relación entre la exposición a las radiaciones electromagnéticas en cuestión y la aparición de efectos sobre la salud por debajo de los límites actuales, estos serían modificados para adecuarlos a la evidencia científica existente.

 

Enrique A. Navarro. Profesor titular de la Universitat de Valéncia, investigador del Instituto de Robótica, miembro de la red EIONET, coordinador del Laboratorio de Electromagnetismo y Ondas de la Un iversitat de Valéncia, asesor externo de la NASA y otras Instituciones Científicas de EE. UU., Canadá y Europa. Licenciado y Doctor en Física por la Universitat de Valéncia. Coopera con agencias, instituciones y asociaciones que vigilan el medio ambiente y luchan contra el cambio climático.

 

En primer lugar, es rotundamente cierta la evidencia de efectos biológicos derivados de la exposición a la radiación electro-magnética.  Terapias de regeneración ósea y rehabilitación hacen uso de esta. Existe evidencia científica de fenómenos de proliferación celular promocionados por la radiación electromagnética y otros efectos negativos que han sido demostrados a escala celular y de tejidos, y también en el ámbito epidemiológico. Principalmente afectan al sistema nervioso y hormonal, y una primera manifestación', es el llamado síndrome de microondas.


Los niveles de radiación en los entornos urbanos actuales son del orden de 0,1-1,0 W/cm2 en los últimos pisos alrededor de las estaciones base y de 0,001 0,01 W/cm2 en el nivel de la calle. Estos parámetros están muy por debajo de la normativa vigente, el R.D. 1066/2001, pero son varios millones de veces superiores a los existentes antes de los años 90, y el mayor incremento se ha debido a la proliferación de la telefonía celular digital. Los niveles de radiación han creado un nuevo estado de riesgo para la población. La citada normativa, el R.D.1066/2001, y la recomendación europea de la que emana sólo protege de los efectos de calentamiento, y las consecuencias observadas están relacionadas con la modulación empleada. Los campos electromagnéticos de baja frecuencia son calificados suavemente por la OMS (IARC) como "posible carcinógeno en humanos", agente de categoría 2B. La información transmitida con las nuevas tecnologías inalámbricas, emplea modulación con contenido espectral de baja frecuencia, que es detectado por las membranas celulares, es "demodulado".

Los efectos biológicos derivados están relacionados con la información que llega a las membranas celulares. Los mecanismos que median entre los efectos reportados a nivel iónico y celular, y las manifestaciones externas en seres vivos completos, son desconocidos dada la complejidad de los sistemas de regulación.
Ante esta situación sería recomendable revisar la normativa, y tomar actitudes de precaución y minimización, informando a usuarios y ciudadanos de los riesgos.

Manuel Portolés. Doctor de Bioquímica Clínica y Médica por la Universidad de Valencia y Facultativo Especialista en el Centro de Investigación del Hospital Universitario La Fe de Valencia. Autor de un centenar de publicaciones científicas en revistas internacionales, posee, entre varios premios, el Nacional de Química Clínica y la medalla García-Blanco a la Investigación Biomédica de la Universidad de Valencia.

Las telecomunicaciones, un experimento global
Prácticamente cada día celebramos las novedades tecnológicas que nos ofrecen las Telecomunicaciones, ignorando que a la vez, se produce una proliferación caótica de estas infraestructuras sobre nuestras cabezas, olvidando la protección a la salud. Me refiero a las estaciones base de telefonía móvil, GSM, DCS, UMTS, radioenlaces, pico células, WiFi... que han aumentando la contaminación electromagnética en nuestro país, más de 150 millones de veces.

Ha transcurrido un año largo del informe número 304 de la OMS "Los campos electromagnéticos y la salud pública" El documento, a pesar de reconocer que las personas se convierten en eficaces antenas-receptores del sistema. solo examina el efecto térmico de los campos electromagnéticos (CEMI sobre el organismo (excluye los efectos celulares).

Para una evaluación de daños en tejidos, y seré breve, tenemos que tener en cuenta su densidad muy denso en el hueso, poco denso en el cerebro, la conductividad (la grasa es poco conductiva, el cerebro y los ojos son muy conductivos), y sobre todo su trabajo, su tasa metabólica (baja para huesos y grasa, mas alta para músculos y piel, y mucho mayor para el tejido cerebral) Luego, el cerebro será un órgano particularmente sensible a esta radiación. El "cuento" 304 de la OMS, indica que los estudios realizados en seres humanos y animales sobre funciones intelectuales, de comportamiento, e incluso los análisis de ondas cerebrales, no han detectado efectos adversos.

Para desmontar el informe 304 solo hay que consultar las bases profesionales de información científica y no los informes y refritos de "expertos" En ellas, podemos leer, desde antes del 2000 y hasta ahora, trabajos que hablan de cambios neurológicos inducidos por móviles (General Medical Center, Victoria, Australia), de que manera estos aparatos afectan a la función neuronal (Imperial College Medical School, Londres). o el sueño (University of Technology, Melbourne), cómo aumenta el riesgo de sufrir un tumor cerebral IKarolinska Institute, Suecia), las alteraciones en la expresión de genes (Weizmann Institute of Science, Israel)...
El trabajo de la OMS concluye así: «De todos los datos acumulados hasta ahora, ninguno ha demostrado que las señales de las radiofrecuencias producidas por las estaciones base, tengan efectos adversos a corto o largo plazo para la salud» Pero, ¿qué otras cosas está olvidando la OMS?

Muchas, pero el botón de muestra es el informe REFLEX que, con un coste de más de 3 millones de euros, evaluó si la exposición a la radiación electromagnética dañaba el ADN. Su conclusión, tanto para campos electromagnéticos de baja frecuencia (líneas de alta tensión) como para microondas (telefonía móvil), es que existe daño sobre la «molécula de la vida», además de activación de una serie de genes que juegan un papel, además de activación de una serie de genes que juegan un papel importante en la división celular, y en la diferenciación y proliferación de las células humanas (fibroblastos, endoteliales, neuronas, linfocitos...) El proyecto fue suspendido por la CE.
Otra curiosidad es la publicación de varios estudios sobre la manipulación de los resultados científicos. Uno de ellos, de título elocuente «Radiation Research and the cult of negative results», indica que esta revista científica publica por cada estudio, digamos, positivo o rojo sobre efectos en la salud de los CEM, veinte negativos o verdes sin que se tomen medidas al respecto. En otro análisis de 85 trabajos publicados desde 1990 a 2005, sobre los posibles efectos genotóxicos de la radiación electromagnética, un grupo de investigadores demuestra que existe una relación directa entre el signo positivo o negativo de los resultados, en función de quien financie la investigación. Cuando el dinero lo pone la industria, la proporción de estudios verdes frente a rojos (interacción sobre el genoma), es de 10 a 1, y cuando el agente financiador es un organismo público o independiente, las proporciones se invierten, 6 a 1, a favor de los estudios rojos.
Este estado de manipulación científica me traslada al Congreso de los EEUU, año 1994. Entonces, y bajo juramento, se les preguntó a los responsables de las compañías tabaqueras (Phillips Morris, Reynolds, Williamson): «¿Creen ustedes que la nicotina es adictiva?» Y la respuesta, al unísono fue: «¡No sir, nicotina is not addictive!». El resto de la historia la conocen ustedes, y la propuesta de la OMS hoy es: «Que las tabacaleras paguen por las enfermedades que causen» ¿Repetiremos la historia.

 

Ceferino Maestu. Doctor en medicina. Especialista en bioelectromagnetismo. Profesor contratado por la Escuela Superior de Telecomunicaciones de la Universidad Politécnica de Madrid. Grupo de bioingeniería y telemedicina (GBT)

La extensión del uso de los nuevos sistemas de comunicación, que utilizan como vehículo de transmisión el espacio radioeléctrico, ha puesto de actualidad sus posibles efectos sobre la salud. El uso masivo de la telefonía inalámbrica, se ha producido cuando todavía en la comunidad científica no existía un consenso sobre los efectos de estos sistemas sobre los componentes biológicos en humanos y en animales, desde el nivel celular hasta los comportamientos sociales. La controversia sobre los posibles efectos de los campos electromagnéticos sobre la salud, se viene manteniendo desde finales de los años 60 del siglo pasado y ha dado lugar a que los organismos oficiales hayan establecido normativas de seguridad. Esta situación se ha agudizado en el caso de la telefonía móvil, aunque las normativas de seguridad se han establecido de forma apresurada. Lo cual ha permitido el desarrollo de este sector de la economía, que mueve un importante flujo de recursos, aunque no ha conseguido evitar la preocupación y desconfianza en la población sobre sus posibles efectos, y no se ha podido establecer un consenso que permita definir los posibles grados de riesgo para la salud.
Este fenómeno complejo ha dado lugar a varios miles de estudios cuyos resultados son de gran complejidad y de carácter multivariado en las dimensiones de espacio y tiempo, por lo que sus resultados en multitud de ocasiones no pueden ser comparados.
 

Aunque en muchos casos, se fuerzan estas comparaciones para soportar determinados argumentos lejos del rigor científico.
Existen numerosos estudios que comprueban alteraciones en los registros electroencefalográficos, en presencia de emisores externos, aunque todavía no sabemos el efecto real que tiene sobre nuestro comportamiento, ni la evolución de determinadas patologías.
Todas las células vivas mantienen una diferencia de potencial eléctrico que las hace sensibles a corrientes inducidas desde el exterior. Nuestro cuerpo actúa como una antena receptora de las ondas electromagnéticas. Nuestro sistema nervioso (central y periférico) se encuentra conectado funcionalmente con la mayoría de las actividades vitales, no sólo por su actividad electromagnética típica, sino a través de un complicado sistema hormonal. Es, por lo tanto, una estructura muy sensible y fácilmente alterable por las emisiones electromagnéticas que inciden desde el exterior.
Hasta ahora el único mecanismo de acción reconocido ha sido el efecto térmico, esto es, la capacidad de las microondas de elevar la temperatura de los tejidos, dependiendo de su capacidad de absorción de energía. Este efecto es el soporte de la actual normativa de protección. Pero existen multitud de efectos no  térmicos, que no son considerados en la normativa de protección, que pueden modificar tos complejos mecanismos biológicos responsables de los estados de salud y enfermedad. La dinámica iónica, los cambios en la rotación de los spines en presencia de un campo, los efectos resonantes, la apertura de canales celulares, las micro corrientes inducidas etc., son algunos de los posibles mecanismos de interacción aun no comprobados. La mera existencia de efectos no térmicos, no implica necesariamente consecuencias adversas para la salud, pues los campos electromagnéticos se pueden utilizar también con fines diagnósticos, imagen por resonancia magnética funcional, magneto encefalografía, etc. y terapéuticos, estimulación magnética transcraneal, etc.
Tendrán que pasar muchos años antes de que ciertos informes, que hablan del "síndrome de microondas", descrito por R. Santini en 1960, o el informe "REFLEX" de la Unión Europea en el año 2004. o los estudios del profesor Blackman, sobre las alteraciones de las señales celulares en presencia de radiaciones de esta frecuencia, formen parte del cuerpo de conocimientos científicos. Mientras tanto, seguimos recibiendo de forma indiscriminada y no electiva, miles de inmisiones diarias a intensidades por encima de las naturales, superiores a las que están adaptados nuestros sistemas biológicos, y de las cuales desconocemos sus consecuencias. En mi opinión, son alarmistas los que las asocian a determinadas patologías, aunque nadie  podrá afirmar, con conocimiento de causa, que estas son inocuas y no producen ningún efecto dañino para nuestro organismo.
 Es necesario que la comunidad científica internacional, se rija por criterios de rigor científico y no por intereses comerciales, que "bastardean" la información. Es necesario que desde los estados se lleven a cabo iniciativas que permitan conocer la realidad de este problema. Mientras tanto, deben revisarse las normativas que permiten exponer a los seres vivos a intensidades de radiación muy superiores a los efectos encontrados en multitud de estudios. Creo que es un buen momento para revisar estos límites de emisión que fueron establecidos hace ya más de 40 años, sin conocer los estudios desarrollados con posterioridad al año 1977. Es posible llegar a acuerdos que lleven a reducir estos límites a los niveles que existen en algunos países (Italia, Rusia etc. Es posible utilizar la tecnología de comunicaciones inalámbricas, con un menor efecto nocivo para la salud. Al menos, hasta que sepamos más sobre ello, debemos adoptar el principio de precaución, donde la tasa de exposición debe situarse en el nivel menor posible.